9 de mayo de 2013

Meditación

Mi pupila del tamaño de sol, no logra distinguirse a simple vista del pigmento negro de mi iris. Mis neurotransmisores y mi sistema nerviosos están alterados hasta el punto de no distinguir entre el pensamiento y la realidad.

Escribir se me dificulta y se torna un proceso lento, minucioso, como si pudiera ver cada pequeñez que conforma el grafito con que se plasman las palabras a medida que estas nacen.

Un leve cosquilleo recorre mis extremidades junto con un frío que me eriza. Mis músculos contraídos y mi mente viajando... No entiendo cuando dejás de ser realidad para convertirte en una boca que habla o en unos dedos que se deslizan entre las silenciosas cuerdas de una guitarra.

Cualquier roce, tacto ajeno, logra tranquilizarme aún más; se sensibiliza mi piel, cada rastro que dejan sus dedos, forma un silencioso camino, pasivo, adormecedor y relajante. El cuerpo me pesa y comienzo a desconectarme y a alejar los sonidos externos.

No puedo ubicarme espacialmente: a veces estoy en un bosque, a veces en un edificio, a veces en la sombra de un árbol y otras veces en la misma nada; pero trato de despertar y darme cuenta que sigo en el mismo pasillo donde comencé.

Y por más que trato de decirle a mi organismo que estoy bien, que no pasa nada, todo comienza a cambiar de escenario demostrándome que no, que la experiencia es real pero que me calme y la disfrute. Lo mismo repite su voz.

Y me siento en laberintos, en paraísos y en la eterna nada, con la mirada perdida en el horizonte pero la mente ubicada en mil pensamientos y sensaciones. ¿Qué es real y qué no lo es?



Esta imagen fue tomada de internet sin ninguna especie de permiso.