BY: Ana Wonka y Daniel Aristizábal.
Cuando todo se pinta de azul oscuro, allá, detrás de los
árboles que tapan a los enamorados, con el firmamento que cobija a los niños en
cama e invita a las locuras en las calles, aparece en lo más alto un gran punto
blanco.
Ella, llamada desde quien sabe cuándo "Luna", solo
muestra su mejor cara: es deslumbrante, reluciente
como la única luz en medio de tanta oscuridad, enamorando a todos en la tierra. Coqueta, les sonríe a ratos y los humanos, enamorados, se la regalan entre ellos como muestra de amor.
Otros dicen que ella es como la más hermosa e
inalcanzable mujer, sobre la cual todos creen tener derecho pero en
realidad es más libre que cualquiera y se mueve por el cielo a su antojo. Y las
estrellas, dicen que son almas tan puras que han logrado llegar hasta ella pero
ella, siempre tan libre, huye de ellas.
Podría asegurarse que esa perfecta mujer hipnotiza; pues se
le pueden dedicar segundos, minutos y horas a observarla sin cansarse,
embriagándose cada vez más de ella y llegando a ser ese amante platónico que sabe
que por más grande que sea su amor, es tan inalcanzable que jamás la tendrá. A
ella le encanta ser el show central, es presumida y poderosa controlando el
clima y a las personas a su antojo, haciéndolas sentir felices y enamoradas o
tristes y desoladas.
Lo que nadie sabe, es que la Luna tiene un lado oscuro que
prefiere no mostrar a nadie, quizás el poder de ese lado es el más vil y
tenebroso, el que hace que huyamos o desconfiemos de ella.
Aquella radiante dama es amada porque siempre está ahí, acompañando
y escuchando a los más desdichados o ilusionados; pero aún así, también muchos
otros la odiamos, porque es una mujerzuela que pasa de mano en mano
conquistando a cuanto hombre se le cruce en su camino.
Ella solo ríe, desde su
cima, sin importar qué digamos de ella.
Fotografía tomada por Daniel Aristizábal